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lunes, 15 de noviembre de 2010

El sofá perdió los cojines y la vergüenza

Me preparé un baño caliente, después de todo el día trabajando me apetecía relajarme antes de que llegase Luis. Fue un baño de esos cargaditos de espuma en los que todo se esconde debajo del agua. Siempre me ha gustado ponerme a remojo en la bañera durante horas y comprobar en qué momento exacto empiezan a salirme arrugas. Cerré los ojos y me acurruqué como pude en aquella bañera estrecha que nunca me había gustado. Venía con la casa, como casi todo lo demás. Un quinto con ascensor y la madera algo comida por el tiempo con una televisión de esas de hace años que ni siquiera encendemos y un sofá que al sentarse pierde todos los cojines; siempre hemos odiado ese sofá, no entiendo como todavía sigue ahí… Bueno, en realidad sí, fue en él donde inauguramos el piso. Por fin teníamos algo nuestro en donde refugiarnos de todo lo demás, éramos jóvenes y teníamos ganas de afrontar la vida. Cómo olvidar aquella tarde…
-Amelia, ¿por qué no traes un poco de vino?
-Claro amor pero… ¿en qué copas?
Rompimos a reír, era curioso tener todo lo que habíamos soñado y a la vez no tener nada. Todos los muebles venían con la casa y a día de hoy lo hemos cambiado casi todo, salvo la bañera y el salón. Aquella tarde Luis me abrazó por detrás mientras tarareaba una canción de Laura Pausini y bruscamente me giró atrayéndome hacia él. Fue desabrochando mi camisa y cuando quise darme cuenta caímos sobre el sofá con el frenesí del momento. Nada más tocar los cojines se fueron separando uno a uno cayendo al suelo. Reímos incluso más que con las copas que no teníamos; parecía que aquel piso estaba hecho para la incomodidad pero no nos importaba, era nuestro. Nos hicimos el amor mutuamente en aquel esqueleto de sofá sin darnos prisa porque dentro de aquellas cuatro paredes no había nada a lo que rendirle cuentas. El tiempo era nuestro…
Abrí los ojos, las arrugas ya habían aparecido y de la espuma no había ni rastro. Luis estaba observándome desde el marco de la puerta sonriendo y fue a sentarse al sofá mientras yo salía del agua. Le escuché refunfuñar como tantas veces por esos cojines que no conseguía acomodar y sonreí porque, al fin y al cabo, esa era la esencia de nuestro piso desde el primer día, el sofá… Bueno, y la bañera, pero esa ya es otra historia.
Parece cómodo ¿verdad?

4 comentarios:

  1. Querida Lorena, estos días han sido demasiado ajetreados fisica y mentalmente para mi gustó y no he encontrado un buen momento para dejar impresos mis pensamientos, pero he seguido con atención sus entradas.

    Me gusta la idea del amor-odio que nos llega producir ciertos objetos cotidianos que se elevan a un significado un tanto ambiguo. Es algo sorprendente y a la par emocionante contar con estas situaciones. Siga asi Lore y espero tutearla en la proxima visita con su permiso. Un cordial saludo de su amigo.

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  2. Es lo bonito de lo cotidiano, hacerlo nuestro aunque nos disguste...

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  3. Jajaja me ha encantado, no nos deshacemos de ciertas cosas por lo que ellos representan... como los vestidos que conservamos en el armario y no tiramos porque cuando los llevábamos puestos éramos felices...
    yo también te sigo ;)

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