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jueves, 11 de noviembre de 2010

El sabor de sus pecas

Me encanta pasar la yema de los dedos desde la punta de su nariz hasta sus tobillos. Ella se retuerce por las cosquillas y sus pecas parecen enseñarme el camino correcto. Me encanta verla así, tan viva, como todas esas veces que le brillan los ojos por cualquier cosa que otra persona no valoraría. Se le eriza la piel y pone carita de pena, no puedo evitar las ganas de besarla, de recostarme a su lado y sentir su calor. Mi niña, mi dulce Nayla; la única que conoce cada zona de mi cuerpo y de mi alma, la pequeña soñadora que recorre cada una de mis curvas y extensiones. Sólo ella es capaz de desarmar todos mis sentidos y, para entonces, ya estoy muriendo de ganas de que se encaje en cada hueso de mi pelvis. Me obsesiona cuando me espera sentada en el sofá con ese pijama de Mickey que deja ver sus largas piernas, sólo pienso en recorrerlas una y otra vez. Me engancha cuando me clava esa mirada consiguiendo que me derrita desde la otra punta de la casa, deseando saborear cada una de sus pecas. Pero aún así, pese a toda la tensión acumulada me inspira ternura. Mi princesa, usualmente pícara pero siempre pequeña, delicada, confiada, ingenua... Dice que sería capaz de cualquier cosa si una sola noche no puede dormir a mi lado, y yo soy incapaz de ponerla a prueba porque si no siento su piel pierdo el Norte, el Sur y todos los puntos cardinales. Soy incapaz de no cuidarla…

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