Caía la noche y se ponía a pensar, tenía la mente llena de
compartimentos. Un compartimento para recordar aquella chincheta clavada en su
mano. Un compartimento para cada vez que su estómago rugía por el hambre. Un
compartimento para guardar todo aquel miedo a sonreír. Ella misma era un
conjunto de compartimentos y en el más pequeño, el que estaba más adentro,
guardaba su herido corazón. Esperó a que volviese a aparecer ante su puerta o
en el banco desde el que la había observado tantas veces, al parecer; pasó
noches enteras tratando de armarse del valor suficiente para explicarle que,
por su propia historia, era incapaz de ser feliz.
Había pasado casi un mes y, de golpe, un día sonó su timbre
de nuevo. Cuando abrió la puerta se encontró una pequeña caja de madera. Con
curiosidad la sostuvo unos instantes entre sus manos y luego la posó en la mesa
para averiguar qué contenía. Con sumo cuidado levantó la tapa y se encontró con
pétalos de rosa que envolvían una nota.
“He dejado pasar todo este tiempo pero debo decirte que me
moría de ganas de llamar a tu puerta. No sé qué pensarás de mí pero, si no te
importa, me gustaría invitarte a pasar una tarde agradable. Este sábado, en el
portal de tu casa. Si te parece bien coloca la caja en la repisa de la ventana,
yo la veré. No espero hacerte tomar una decisión pero… Me encantaría que
aceptaras.”
Se mordió el labio, miró hacia Hermes y suspiró. ¿Acaso
alguna vez habían intentado hacerla sonreír? ¿Merecía la pena dejar aparcados
sus miedos durante unas cuantas horas por un hombre al que apenas conocía?
Quizá, pensó, saldría herida, pero también puede que necesitase hacerlo para
conseguir superar todo su dolor algún día.
Se acercó a la ventana, la abrió de par en par y respiró el
aire que inundó toda la habitación. Dejó allí la caja, abierta, bien visible, y
permitió que los pétalos salieran volando uno por uno dibujando un precioso
camino que partía de su ventana. Entonces le vio, sentado en ese banco,
sonriendo. Él alzó los brazos a modo de pregunta y Marlene, con una sonrisa,
simplemente asintió.
Quien no está dispuesto a dejarse herir, no está, tampoco, dispuesto a vivir.
ResponderEliminarSaludos
J.