Era cuando tú aparecías y me
rodeabas con tus brazos o cuando volvías después de meses sin saber de ti. Era
entonces, y no ahora, cuando tiritaba; porque era en aquellos momentos en los
que un frío repentino me invadía al pensar en qué momento volverías a
marcharte.
Ya no tirito, ni tiemblo. Me he
acostumbrado a esperarte, y hasta que vuelvas estaré aquí, firme como si nunca
me hubieses faltado. Esa es la ironía de todo esto; tú estás en quién sabe
dónde y con quién, sin echarme de menos, mientras que yo sigo aquí tratando,
sin éxito, de recuperar la vida que me robaste desde aquel preciso instante en
que tu mirada se cruzó con la mía.