Iba vestido con una armadura que le quedaba demasiado grande como para encajar en aquel traje de héroe, pero se le veía capaz. Sobre su frente, aquellos rebeldes mechones castaños empapados en sudor hacían más que evidente la batalla que había librado contra dragones y perros mosqueteros; siempre ha sido de los que hacen de un pequeño bombón una isla de chocolate en la que mantenerse a flote, así que también podía convertir a un perro mosquetero en un cruel villano.
Así le veía yo después de atravesar esa puerta de una patada. Mi héroe, con su pecho moviéndose tratando de conseguir el aire necesario para dar el siguiente paso, avanzaba hacia la cama en la que, dulcemente, dormía su princesa. Y allí estaba ella, tan rubia, tan bella.
-Buenos días princesa – dijo Edric con su dulce voz – comienza otro nuevo día.
Lamentablemente yo no era su princesa en ese sueño, pero podía sonreír porque después de toda pesadilla siempre estaba él para desearme un gran día y demostrarme que seguía siendo su princesa.