Era un día de lluvia, tal como hoy, quizá por eso se les ha venido a la memoria.
Habían ido a pasear por las afueras y cuando habían perdido el camino de vuelta se puso a llover, pero no a llover a mares, no… ¡Llovía a océanos!
-¿Tenía que ponerse a llover precisamente ahora? – dijo él.
-¿Recuerdas el día que nos conocimos? Llovía a mares, hoy llueve quizá un poco más, quizá sea una señal.
Él se dio cuenta de lo preciosa que estaba con el pelo mojado, esos ojos azules que brillaban entre cada gota de lluvia. El frío les estaba calando hasta los huesos pero, por extraño que parezca, ambos notaban calor. Con el paso de los segundos no pudo evitar fijarse en que el vestido se le estaba pegando a la piel e iba perfilando su figura; había olvidado lo mucho que le llamaban la atención esas curvas hacía años. Ella a su vez clavó los ojos en su camisa mojada y se preguntó cuanto tiempo hacía que no descansaba en su pecho.
-Creo que hacía siglos que no nos pasaba esto… - apuntilló – Olvidemos las riñas, volvamos a aquel día, en medio del campo.
Ambos se sentían tan jóvenes, tan unidos, que salieron corriendo hacia su portal, como si nunca se hubiesen planteado salir. Cogieron el ascensor, todavía les quedaban unos segundos hasta llegar al quinto y se comieron a besos. Entraron por la puerta a bocajarro y la ropa mojada acabó inundando el suelo. Nada tenía importancia mientras el olor de la humedad se colaba entre las sábanas. Se sentían como aquel día, empapados, fríos y dispuestos a apostarlo todo por amor una vez más, ya poco sentido tenía lo que creían que se había perdido porque estaban volviendo a encontrarse, de nuevo, al comienzo del otoño en un día de lluvia.
Hoy llueve otra vez, y desde el rellano del quinto llega la fragancia del amor. Todavía estarán por su enésima ración de “Querer en salsa de besos”. Y aunque a todos los vecinos les toque añorar todo eso en la distancia, por ellos desean que llueva durante mucho tiempo, que se inunden las calles de las dudas, que se ahogue el miedo y que llueva a mares, y a océanos.
Es algo mágico escuchar esas risas cada vez que llueve, a veces no sólo es el Sol quien trae buenos sueños.
Refugiarse en el amor debajo de un paraguas. |