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viernes, 29 de octubre de 2010

¡Llover a océanos!

Era un día de lluvia, tal como hoy, quizá por eso se les ha venido a la memoria.
Habían ido a pasear por las afueras y cuando habían perdido el camino de vuelta se puso a llover, pero no a llover a mares, no… ¡Llovía a océanos!
-¿Tenía que ponerse a llover precisamente ahora? – dijo él.
-¿Recuerdas el día que nos conocimos? Llovía a mares, hoy llueve quizá un poco más, quizá sea una señal.
Él se dio cuenta de lo preciosa que estaba con el pelo mojado, esos ojos azules que brillaban entre cada gota de lluvia. El frío les estaba calando hasta los huesos pero, por extraño que parezca, ambos notaban calor. Con el paso de los segundos no pudo evitar fijarse en que el vestido se le estaba pegando a la piel e iba perfilando su figura; había olvidado lo mucho que le llamaban la atención esas curvas hacía años. Ella a su vez clavó los ojos en su camisa mojada y se preguntó cuanto tiempo hacía que no descansaba en su pecho.
-Creo que hacía siglos que no nos pasaba esto… - apuntilló – Olvidemos las riñas, volvamos a aquel día, en medio del campo.
Ambos se sentían tan jóvenes, tan unidos, que salieron corriendo hacia su portal, como si nunca se hubiesen planteado salir. Cogieron el ascensor, todavía les quedaban unos segundos hasta llegar al quinto y se comieron a besos. Entraron por la puerta a bocajarro y la ropa mojada acabó inundando el suelo. Nada tenía importancia mientras el olor de la humedad se colaba entre las sábanas. Se sentían como aquel día, empapados, fríos y dispuestos a apostarlo todo por amor una vez más, ya poco sentido tenía lo que creían que se había perdido porque estaban volviendo a encontrarse, de nuevo, al comienzo del otoño en un día de lluvia.
Hoy llueve otra vez, y desde el rellano del quinto llega la fragancia del amor. Todavía estarán por su enésima ración de “Querer en salsa de besos”. Y aunque a todos los vecinos les toque añorar todo eso en la distancia, por ellos desean que llueva durante mucho tiempo, que se inunden las calles de las dudas, que se ahogue el miedo y que llueva a mares, y a océanos.
Es algo mágico escuchar esas risas cada vez que llueve, a veces no sólo es el Sol quien trae buenos sueños.
Refugiarse en el amor debajo de un paraguas.


jueves, 28 de octubre de 2010

Sin ella él tiene tanto frío...


-¿Por qué? Eso me gustaría saber. ¿Por qué, desde que no estás, la vida no tiene color? ¿Por qué desde que decidiste marcharte todo es diferente? No se como pudiste dejarme solo después de todo lo que hice, lo que hicimos. ¿Acaso yo no era suficiente para ti? ¿No te hacía feliz? ¿No te di ni un solo motivo para luchar? Sí, quizá fue eso; probablemente no estuve contigo cuando más me necesitabas, o puede que nunca fuese lo que tú querías. De todas maneras podrías habérmelo dicho, así por lo menos no tendría que darle más vueltas. Creo que jamás comprenderás el daño que me has hecho y sin embargo aquí sigo, día tras día, contándote lo mucho que me dueles, y lo mucho que te amo. Sí, dueles mucho, tanto como el primer día que pasé sin ti; sigo sin poder pegar ojo por las noches. Aún guardo la nota que me escribiste la primera noche que dormimos juntos:
“Volveré. Nada podrá separarnos más de unas horas.
Te quiero tanto…”
Y volviste, sí, claro que volviste, pero no de la manera que a mí me hubiese gustado, podría asegurar que ni siquiera tú querías que pasase esto. Sin embargo te fuiste, y no me dejaste opción a devolverte ese te quiero y esa noche se convirtió no sólo en la primera que pasamos juntos sino también en la última. Creo que no pido tanto, sólo me gustaría que volvieses otra vez, ni siquiera me dio tiempo a decirte que quería pasar el resto de mi vida contigo. Dejaste de luchar. ¿Por qué? Tendrías que haber abierto los ojos aunque sólo fuese una vez para ver que yo estaba allí, a tu lado. Tú sabes la fobia que me dan los hospitales y fui capaz de entrar por ti, ¡POR TI! ¿Acaso eso no significó nada? Tendrías que haber vuelto conmigo para consolarme por todo aquel olor a enfermedad y a tristeza. – Se levantó del suelo y gritó- ¡Me lo prometiste! ¡Juraste que jamás me dejarías solo! – Tras un tiempo de silencio, cuando se calmó un poco, añadió – Espero que allá donde te encuentres me estés esperando. Te amo; seguro que lo sabes.

Hace frío y él sigue allí, como tantas otras veces, día tras día. Parece un alma en pena, varias personas incluso se le han acercado pero ni siquiera se ha molestado en mirarlas.
Él siempre tiene los ojos inmersos en sus lágrimas, en aquellas palabras grabadas en granito:
DESCANSA EN PAZ

Pídele a la Luna que te traiga hasta mí.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Elefantes que ayudan a amar.

- Pero… ¿cómo te has hecho eso? – Se acercó a ella corriendo y examinó su rodilla magullada con todo el tacto que pudo – Ven, que vamos a ver que podemos hacer para arreglarlo.
A ella le gustaba que nunca juzgase sus errores y que siempre estuviera allí cuando llegaba herida para hacerle el “sana sana” como cuando era pequeña. A veces incluso fingía un poquito de cojera, los años de práctica consiguieron que resultara creíble. Pero había ocasiones en las que se hacía daño de verdad y él sabía distinguir perfectamente esos momentos de los otros porque, si le dolía, en cuanto entraba por la puerta a él se le partía el alma.
Es como un ritual. Él la lleva en brazos hasta la habitación y cuidadosamente la posa en la cama; ella se recuesta mientras pone pucheros y jura que le duele mucho; va al baño, coge Betadine y una gasa y regresa.
- A ver, ¿qué tirita quieres que te ponga? – sabía que a ella le encantaba ese momento, las miraba una por una pero siempre acababa eligiendo las que tenían aquellos elefantes mal pintados.
- ¡Esta! Esos elefantes parecen tan doloridos como yo.
Después, mientras la mira a los ojos,  siempre le da un delicado beso sobre la tirita y ella comienza a hacerle gestos con las manos para que se acerque; él nunca se hace de rogar.
- ¿Estás mejor? – pregunta mientras se recuesta a su lado y la abraza.
- Creo que sí, pero ahora tengo que agradecértelo.

Acaban siempre con las sábanas revueltas y el corazón rebosante de felicidad.
- ¿Y tú tirita? – le pregunta mientras la tapa de nuevo.
-  Creo que los elefantes nos han dejado solos en el momento justo. – Asegura mientras se sonroja – ¿Sabes? Alguna vez me gustaría viajar a África, siento el deber moral de agradecerles estos momentos de intimidad contigo, además… Todas mis tiritas deben estar allí.

¿De qué te gustan las tiritas?

martes, 26 de octubre de 2010

Su falda siempre seguía saltando.

Le gustaba seguir los caminos de piedras, saltando de una a otra y notando como su falda volaba más alto cada vez. Quería sentirse libre. A menudo lloraba en la ventana los días de sol y salía corriendo a la calle en los días de tormenta. A veces, cuando llovía, parecía un cachorro; olfateaba el aire, la humedad y dirigía sus ojos curiosos hacia cualquier parte. Era de esa clase de personas que, nada mas verlas, sabes que son especiales. Tenía el corazón más grande que su propio pecho y podría jurar haberlo visto alguna vez asomando en su garganta en alguna de sus incontables risotadas.
Una vez la seguí. Pude contemplar su felicidad cuando saltaba sobre cada una de esas piedras y también admirar lo bello de su cuerpo cada vez que su vestido saltaba con ella. Con el tiempo me di cuenta de que siempre había sabido que la observaba, desde el primer día. Hubo uno en particular en el que se contoneaba con una sensualidad envidiable, como nunca antes, y no pude contenerme. Salí de mi escondite pero se limitó a mirarme con una sonrisa pícara y despacio se acercó a mí. Recuerdo el hambre de besos, las ganas de tocarla, sus ojos embebidos en los míos, aquella manera casi febril de hacernos el amor y, de repente, todo acabó. Ella se desplomó sobre mí riendo a carcajadas y dijo:
“La próxima vez, tú saltarás las piedras conmigo.”

lunes, 25 de octubre de 2010

Como un estornudo...


Empieza a parecerme de lo más común que sólo con verte estén alerta todos mis sentidos; creo que podría acostumbrarme a ello. Sería una buena costumbre, ¿no te parece? Me acostumbraría a ese olor dulce que desprende tu piel y a esa sonrisa que pones cuando preparamos algo en la cocina; a dormir pegadita a ti incluso en los días calurosos y a despertarte comiéndote a besos; a que me persigas con la mirada por toda la habitación, a que me devores, a besar cada rincón de ti y te mueras de cosquillas; a temblar por querer acercarme a ti, a sucumbir a tus encantos cada día y a simular que me resisto a ti pero morirme de ganas de abrazarte. Comienzo a sospechar que eres como una droga para mí, como una inyección de adrenalina, como un ataque de hormonas, como un estornudo… Algo que cuando sucede no se puede parar, como una explosión, algo incontrolable.

¿Acaso tú no te acostumbrarías?

Los inicios determinan el destino.

Emprendo una nueva etapa de mi vida, pero eso no implica necesariamente que comience al final de otra. Con esto me refiero a que el inicio de este blog no es por ningún cambio ni decisión radical que haya tomado sino porque, tras leer algunos blogs, me apetecía tener mi propio espacio.
Por supuesto, no puedo asegurar que vaya a tomar un rumbo u otro, aunque tampoco creo que realmente vaya a interesarle a demasiada gente.
Empiezo con motivación, con ganas, con la vida en un buen momento supongo. Me dedicaré a escribir lo que sienta, lo que piense o lo que me apetezca contar, porque eso es lo que yo hago, escribir. No se si bien o mal, supongo que para gustos están los colores, pero escribo y eso conlleva que cada una de las letras que quedarán aquí reflejadas son fruto de vivencias, del cansancio o alegría de cada día. En caso contrario procuraré dejar mención del lugar del que he sacado lo que aquí publico.

Esta es una mera publicación, el inicio de algo... ¿Grande o pequeño? Depende de vosotros.

Hasta la próxima.