El infinito… ¿Había algo más eterno que eso? No podía dejar
de darle vueltas. Cada día sonaba el timbre y aparecía otra cosa más con
aquella frase. Tenía ya la mesa llena: los bombones, la caja con el barco de papel,
una rosa de origami, un libro que prometía ser conmovedor, una foto de un lago
nevado…
Sentía una mezcla entre curiosidad, felicidad y vergüenza.
No sabía si aquello era una broma o un soplo de aire fresco. No podía tener la
certeza de que no estaban jugando con ella de nuevo pero, a pesar de sus
miedos, era incapaz de tirar todo aquello que estaba inundando su casa.
Sin darse cuenta había empezado a acostumbrarse. Daba de
comer a Hermes mientras miraba el reloj esperando a que el timbre sonase. Tenía
la eternidad y el infinito ante sus ojos y ni siquiera se había dado cuenta.
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¿Quién puede rechazar el infinito? |