Creo que se esforzó mucho para que el viaje fuese perfecto. Una tarde quiso llevarme cerca de un lago y se pasó casi tres horas tratando de entender las indicaciones que le daba un hombre en suahili. Me senté sobre una piedra y, divertida, observé cómo fruncía el ceño y movía las manos, parecía que quisiese aturdir a unas moscas inexistentes.
Yo me reía pero no hay mucha gente dispuesta a pelearse con el diccionario en la mano. Repetía todo lo que el señor le decía mientras pasaba las páginas a toda velocidad tratando de comprender.
- Maji... Maji. ¿Nayla qué es maji?
- Agua.
- Eso, agua. ¿Por qué será tan complicado? – Entonces se dirigía al hombre con cara de desesperación – Agua, maji, agua fresca, mucha. ¿Me entiende?
- Nairobi.
- ¿Qué? ¿Nairobi?
Entonces me miró, suspiró y me dedicó una de sus sonrisas. Por el camino iba tratando de recordar las palabras:
- Kulia, eso es derecha. Y después dijo kushoto, izquierda ¿verdad?
Al final llegamos. Me atrevería a decir que en el momento justo, anocheciendo y los dos solos ante aquel maravilloso paraje, como si fuese cosa del destino.
Edric hace que las cosas sean perfectas sin darse cuenta, por eso si tuviese que elegir a una persona para pasar cada segundo de mi vida, le elegiría a él.