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lunes, 26 de septiembre de 2011

I belong to you, you belong to me.


Estamos ahí, punto y final o punto y seguido. Yo la sigo a trompicones escaleras arriba hasta llegar al descansillo, la acorralo en la puerta y la beso mientras hago girar la llave. Se arrodilla en el sofá mientras me clava ese mar que tiene en la mirada, la devoraría en este mismo instante.
Su respiración poniendo a prueba mi oído, sus labios color carmesí, la curva de su espalda… Todo resalta ante su desnudez. Me abalanzo y ella me esquiva. Jugamos en nuestro propio mundo sabiendo que, después de todo este tiempo, seguimos ardiendo con el deseo tanto o más que el primer día. La persigo y nos rozamos, cada vez más despacio, hasta acabar acostados sobre el colchón. La miro, ahora mismo, me deleito y me pierdo por el amor que siento por ella.
Con un dedo sigo la forma de sus labios y voy dibujando una línea que baja por su cuello, por sus costillas, por sus caderas, más allá… La beso como si mañana fuese a acabarse el mundo porque, si llega a suceder, no quiero quedarme con las ganas.
¿Y qué si sus labios han perdido el color de tanto amarnos? Yo la deseo así, ardientemente, desde la piel hasta el alma.

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