-Mamá, tengo hambre.
-Todavía no es la hora.
Eso es lo que siempre le contestaba a Marlene y ella siempre se creyó lo que su madre le decía. Si le decía que no había llegado la hora, ella pensaba que quizá su hambre se estuviese adelantando. A veces pasaba varios días sin comer y, con el tiempo, aprendió a guardarse unos cuantos lacasitos dentro de un calcetín para los días largos. Así llamaba ella a esas rachas sin comer. Cada dos horas un lacasito, esa era su rutina para ir calmando su tripa, y era triste porque cuando le ponían el plato delante solo había una patata y un pequeño trocito de carne.
-¿Puedo comer un poco más?
-Así está bien, muchos niños no tienen ni siquiera eso.
Sabía que era verdad, eso era incuestionable, pero no entendía por qué motivo sus padres siempre tenían lleno el plato. Era perfectamente consciente del poco amor que sus padres sentían por ella pero nunca pensó que llegase al punto de querer matarla de hambre.
Ahora la miro y está tan flaquita como el día que vino aquí para vivir sola. Me da pena y me gustaría darle una tonelada de lacasitos, darle la mano y echar a correr, pero eso le haría todavía más daño.
Muy buen post =D esta genial =0
ResponderEliminarQuién sabe, tal vez no te habría rechazado esos lacasitos.
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