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miércoles, 9 de marzo de 2011

El hueco de su alma.

Toda la noche en vela, alguna lágrima caía de vez en cuando por sus mejillas, yo calculo que podría haber llenado un vaso enorme.
Esa mañana el sol la había sorprendido, ensimismada, mirando la palma de su mano. Hacía mucho tiempo que no reparaba en aquella cicatriz, no era más que un punto pero había hecho un hueco enorme en su vida. Había pasado tantas noches acariciando ese mismo punto como días doliéndole su amargura. Trataba de calmar su piel calmando su alma pero no había sido capaz, de vez en cuando se ponía una tirita para que los males no salieran.

Aquel día de los santos inocentes cambió su vida, al fin y al cabo ni los Santos son tan Santos, ni los inocentes tan buenos.

-Marlene, ¿me das la mano?
-Sí, claro. – dijo tímidamente la pequeña.
En un instante sus preciosas botas se habían teñido de rojo y aquel niño, riéndose a carcajadas, la dejó con aquella chincheta en el centro de su mano.
-¿Quién iba a querer darte la mano?

Lloró entonces y llora ahora, y lo seguirá haciendo. Desde entonces no le había dado la mano a nadie, la cicatriz la advertía y en parte la cuidaba para que nadie volviera a abrir aquella vieja herida. Una puñalada en el centro de la línea de la vida, como algunos la llaman; una vida que le había sido cortada a la mitad. 
Esta vez no hubo vaso que contuviese aquellas lágrimas, ni tirita que frenase a sus demonios, ni noche eterna que la hiciese dormir. Debía de ser profunda la tristeza, y por desgracia a ella le pasa, muy a menudo.

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