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lunes, 25 de junio de 2012

Te dejas llevar.


Abres los ojos después de haber dormido apenas una hora y el sol te da en la cara, te molesta. Te diriges al cuarto de baño y abres el grifo tratando de lavar así las penas que te inundan y olvidarte un poco del dolor. Vas quitándote la ropa como quien se despoja de aquello que le mantiene en pie y, cuando ya estas completamente desnudo, en cuerpo y alma, te metes en la bañera sintiéndote completamente perdido.
Entonces te lo puedes permitir porque el mejor momento para romper llorar, supongo, es cuando el agua te da en plena cara. Las gotas se confunden con las lágrimas y puedes derrumbarte sin miedo, o al menos sabiendo que ese momento es solamente tuyo. Piensas en que tarde o temprano tendrás que salir y afrontar otro día, otras veinticuatro horas de agonía, pero te sientes débil y prefieres quedarte ahí donde nadie puede herirte. Recuerdas cuando años atrás ibas a la playa y las olas te cubrían, te mecían una y otra vez para llevarte a una orilla repleta de oportunidades.
Sucede, echas de menos todo aquello y te dejas llevar; dejas también que el agua te cubra, que invada cada poro de tu piel porque ya nada reconforta tanto como para reunir las fuerzas necesarias para volver a empezar.


3 comentarios:

  1. A veces sentimos que ya no tenemos fuerza, que no vale la pena seguir; pero siempre habrá algo que nos ayude a salir.

    Un gran abrazo

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  2. Hola !! Me alegra pasar por aquí y que haya un nuevo fragmento de historia ; )

    Es cierto que hay momentos en los que uno prefiere quedarse escondido, protegiéndose del mundo, pero es bonito darse cuenta de que se tienen cosas por las que salir y seguir mirando hacia delante.

    Besos !!

    T

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  3. Y es que los años no vienen solos...

    Traen sus penas con ellos.

    Saludos

    J.

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