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martes, 30 de noviembre de 2010

Algo tan puro como la nieve.

Me encanta salir cuando nieva simplemente por verla radiante. Se pone sus botas de goma, su gorro de lana y sale corriendo al frío. Enseguida se le pone la nariz como un tomate pero no le importa porque le gusta sentir el frío puliendo su piel, dice que las arrugas que empiezan a aparecer quizá se hagan más pequeñas. Yo, calado de frío hasta los huesos, la observo escribir mensajes en la nieve, tirarme bolas de nieve e ilusionarse con lo bello del paisaje.
Recuerdo que la primera vez que nevó siendo novios; estaba en el hospital y ella apareció corriendo en la habitación con el mismo gorro, las mismas botas y la misma nariz enrojecida. Tenía algo en las manos chorreando y una sonrisa inmensa en la cara, estaba tan bella…

- Maldita calefacción de hospital… ¡Vamos Luis, abre mis manos!

Bonito, ¿no?

Y lo hice; allí estaba un perfecto corazón descansando sobre sus manos doloridas por el frío de la nieve. Desde entonces cuando nieva no puedo evitar recordar aquel día. Me entregó su amor, ¿qué si no? Una amante de la nieve no podía escoger otra manera para hacerlo.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Tus ojos me dicen todo lo que tú callas.

Eso es lo que le pasa precisamente hoy a Nayla.
Se ha levantado con el pie izquierdo; bueno en realidad no, pero esa es la expresión que se utiliza cuando empiezas mal el día, y resulta curioso porque ella es de apoyar primero el pie derecho para que todo vaya lo mejor posible. Se miró al espejo y comprendió que hoy no era el día de encariñarse con Edric, debía escapar de toda sus miradas y eso no era tarea fácil. Siempre toma esa decisión cuando está triste; él la conoce y la cuida tanto que es capaz de conocer su estado de ánimo sólo con ver su reflejo en una cucharilla de café.
Cuando entra en la cocina no puede evitar abrazarla; los días en los que ella no le despierta a besos es porque ocurre algo malo. Sus ojos no brillan, su sonrisa no está, y eso le duele; es como cuando te das un golpe en el dedo meñique del pié contra la esquina de algún mueble, pero en el alma.

-Princesa, ¿qué te pasa?
-Hoy no luce el Sol en mi mundo, eso es todo.

Se fue a la habitación dejándola sola con su confesión. Ella se sentó y se concentró en la neblina que salía desde su taza de leche; estaba demasiado caliente para beber pero idónea para calentar el alma. Al cabo de unos minutos, Edric volvió con una lámpara; la apoyó en la mesa, la enchufó, la encendió y dijo:

-Yo siempre estaré dispuesto a darte la luz que necesites Nayla.

Ella sabía que lo decía de verdad y no pudo evitar sonreír. Sus ojos volvieron a brillar y se puso en pie (con el pie derecho) para darle un abrazo de oso: salvaje, dulce y sincero.
 

martes, 23 de noviembre de 2010

Se le rompió la confianza.

Me parecía todo tan ridículo… Aquellas cortinas desteñidas, aquel sillón apolillado, aquel olor a tiempo perdido; todo era igual que su aspecto. Era un hombre un tanto descuidado, pantalones de pana gastados, unas gafas redondas que enmarcaban sus extraños ojos color gris y una barba demasiado larga que indicaba los pocos cuidados que le dedicaba; no creo que fuese el hombre apropiado para indicar a nadie como encarrilar su vida, la verdad.

-¿Cómo te llamas?
-Marlene.
-¿Y cuántos años tienes Marlene?
-Diez.- Suspiré mientras el anotaba cosas en su asquerosa libreta.
-En primer lugar, me gustaría que supieses que tienes muy preocupados a tus padres, ¿sabes por qué?
-No…
-Muy bien, pues iré citando algunas cosas; si quieres comentar algo, puedes hacerlo ¿está bien?
-Supongo.
-Según tengo entendido hace un tiempo ya que tienes cardenales en el cuerpo; hace unos meses llamaron a tus padres del colegio para advertirles de que habías amenazado a un niño con un lápiz; te comportas de manera grosera en casa, así como también te encierras en ti misma… ¿Quieres que siga?
-¡Mis padres no saben nada!
-¿Por qué dices eso?

Años después todavía recuerdo aquel día; me levanté del sillón y eché a correr escaleras abajo. Mis padres habían pagado a un hombre para que “arreglase” a su hija sin molestarse en contrastar mi versión. No sirvió de nada decirles que no amenacé a ningún niño con un lápiz, ni con nada, únicamente trataba de defenderme levantando las manos para que dejase de pegarme. Parte de mis cardenales provenían de ahí y de todas las veces que en casa me dijeron que yo no servía para nada. Me encerré en mí misma porque el día que más les necesité, el día que comenzó toda esta tortura, ellos me dieron la espalda. Cuando le expliqué a mi padre lo que había pasado cuando su hermano había subido a mi cuarto sólo me dijo:

-¿Pero qué cosas dices? ¡Castigada! No puedes contar semejantes mentiras. La familia es familia, y hay que quererla Marlene.
Ni siquiera se molestaron en creerme.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Personas en las que nunca pude confiar.

Todavía recuerdo sus palabras:
-Vas a ir Marlene, te guste o no. ¡Estás chalada!

Estoy convencida de que las palabras duelen más cuanto más cercana es la persona que las dice. Aquella vez me lo dijo mi madre. Me refugié en mi cuarto hecha un ovillo y lloré todo lo que me quedaba por llorar, que no era mucho. Al día siguiente me agarró con toda la fuerza que pudo y a las diez de la mañana estaba completamente sola en una habitación con un hombre haciéndome preguntas. Creo que los psicólogos son un tema serio y la gente recurre a ellos sólo porque está de moda, por cualquier tontería. A mí nunca me ha gustado hablar con ellos a pesar de que he conocido muchos desde que me llevaron al primero con siete años; nunca me habían parecido lo suficientemente profesionales.

  

-Empezaré por una pregunta sencilla… ¿Por qué crees que estás aquí?
-Si esa es la mejor pregunta que puede hacerme es que usted no va a decirme nada que no sepa ya.
 


Me pasé lo que quedaba de hora escuchando sus intentos para que le contase mi vida pero… Cuando ni siquiera tus padres creen en ti, ¿a quién podrías contársela?

domingo, 21 de noviembre de 2010

A veces se arrepiente de luchar.

Después de todos los esfuerzos todo había vuelto a la normalidad. Antonia cada día se levanta, limpia y le prepara la comida a su marido; un marido que ha vuelto a no mirarla, se siente poco más que uno de esos muebles, como ese hierro oxidado por el tiempo. Sus ojos se abren automáticamente a las seis de la mañana y piensa en Tomás, en qué habrá pensado él de sus ausencias, y rompe a llorar pensando en lo sola que se siente. Es absurdo, ni siquiera se conocen y le da pena haber dejado de verle por luchar por un amor marchito pero ella quiere luchar por su marido, ese que no la mira ni la ve, ese que no la siente. Quiere luchar porque fue él quien la enseñó lo bonito de la vida, y también lo feo. Fue él quien le pidió matrimonio y Antonia siempre ha sido de esas mujeres que creen en el amor para toda la vida.
Cada día trata de descubrir aquello que les falta o aquello que pueda reavivar su historia para siempre, algo que le sorprenda y lo vuelva a enamorar, pero todo fracasa...

¿Alguna sugerencia?

sábado, 20 de noviembre de 2010

Las heridas manos de Marlene.

Decidí perderme en los portales y ser una drogodependiente del amor que no me han dado nunca. Haya donde iba la gente siempre me miraba raro, se compadecían, y alguno incluso me cogía de la mano… ¡Cómo lo odio por Dios! ¿No se dan cuenta del daño que me hacen? Cuando una persona te coge de la mano es como salvarte la vida y a mí nunca me ha querido salvar nadie, ni siquiera mis padres cuando cruzaba la calle me daban la mano. Cuando una persona te agarra la mano te acoge en su vida y a mi nadie me ha querido donar ni una parte de su tiempo. Cuando alguien te coge de la mano te da esperanzas, y yo ya no las quiero. Sólo quiero salir a pasear, con mis botas de agua por si llueve, o por si hace Sol, porque tengo tanto hielo en los huesos que cuando sale el Sol se derrite y me empapa los pies, y me enfrío tanto que cojo constipados casi a diario. Como aquella vez que lloraba en mi cuarto y entró el hermano de mi padre y me… No, como esa vez no, que todavía duele.

Todavía lloro con el dolor de aquel día.

Cuando Marlene llegó

Nunca le habían gustado las personas que van al psicólogo porque es lo que está de moda. Llevaba muchos años huyendo de ellos y volviendo a caer en sus garras con cada resbalón; y es que es una de esas personas que parecen estar condenadas al fracaso.
De pequeña le había arrancado algún mechón de pelo a compañeros de clase (sin querer, por supuesto) y ya de mayor se deja arrancar el alma a pedacitos. Alguna discusión con su familia, comentarios desafortunados, hombres que no son del todo sinceros y fracasos varios se encuentran en su día a día para hacerla la mujer que es.
A Marlene algunos la llaman loca. Le gusta calzarse sus botas de agua y salir a pasear pero odia que la gente la lleve de la mano porque dice que le quema, que se le clavan. Yo creo que solo tiene miedo, como una chiquilla, y me da pena porque es una persona muy fácil de querer pero no se deja.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Inmerso en sus pensamientos…

Un mes… Ya ha pasado un mes y sigo sin tener noticias de ella. Empiezan a saber amargas las mañanas y a escocer las entrañas por las ganas de ella. A veces incluso me despierto en plena noche por si acaso está despierta esperándome; las seis de la mañana ya no significan nada porque me pasaría la eternidad buscando sus aromas, esos a los que nunca tuve acceso. Hoy llevo la barba de tres días propia para Andrea, le gustan los hombres que pican al besar.
Es una abogada tremenda (intelectualmente hablando, claro), mujer temperamental donde las haya. Embutida en su traje de oficina y con ese moño poniendo a prueba a la ley de la gravedad, aunque he de reconocer que no es lo único que desafía la ley de la gravedad con ella. Es verla llegar con ese aire de elegancia, con su mirada lasciva enmarcada en esas gafas negras y me vuelvo loco. Es de esas chicas a las que les gusta llevar la iniciativa y no me viene nada mal ver como contonea todo su cuerpo para olvidar a Antonia. Mi Antonia… Tan pulida ya en sus años y en sus carnes. – Suena el timbre, y menos mal.

-Buenas noches Andrea.
-¿Buenas noches? ¿Acaso te parecen buenas? ¡Vengo empapada!
-Bueno… al fin y al cabo ambos sabemos que no iba a durarnos mucho la ropa ¿no?

¡Madre mía! – sigue Tomás en sus pensamientos. – Esta mujer acabará haciendo que explote. Esos glúteos definidos por horas de gimnasio y esa tela mojada que se pega a ellos como si estuviese conspirando contra mi propia integridad física y ya estoy ahí, al borde del abismo, desafiando a la ley de la gravedad por ella. Da besos como quien arranca corazones; tiene ese poder y lo sabe, por eso cuando se acomoda encima de mí me clava esa mirada de satisfacción, como ahora. Comienza su movimiento de caderas, su baile ancestral con el que cualquiera entraría en trance, pero yo sólo puedo fijarme en ese lunar que tiene sobre el ombligo. Explota ella y retumbo yo en cada uno de sus rincones, siento como sus uñas dejan rastro en mi piel y eso, aunque parezca mentira, me alivia. Lo bueno de Andrea es que así como viene se va, con un portazo cuando ya ha acabado todo; y para qué engañarnos, ni ella es lo que yo necesito, ni yo soy suficiente para ella. Así como Claudia me inspira ternura y casi tengo que rogarle que se vaya, Andrea es esa adrenalina que se dispara en el momento preciso, potente y fugaz. Y tú, Antonia… ¿Dónde estás?

lunes, 15 de noviembre de 2010

El sofá perdió los cojines y la vergüenza

Me preparé un baño caliente, después de todo el día trabajando me apetecía relajarme antes de que llegase Luis. Fue un baño de esos cargaditos de espuma en los que todo se esconde debajo del agua. Siempre me ha gustado ponerme a remojo en la bañera durante horas y comprobar en qué momento exacto empiezan a salirme arrugas. Cerré los ojos y me acurruqué como pude en aquella bañera estrecha que nunca me había gustado. Venía con la casa, como casi todo lo demás. Un quinto con ascensor y la madera algo comida por el tiempo con una televisión de esas de hace años que ni siquiera encendemos y un sofá que al sentarse pierde todos los cojines; siempre hemos odiado ese sofá, no entiendo como todavía sigue ahí… Bueno, en realidad sí, fue en él donde inauguramos el piso. Por fin teníamos algo nuestro en donde refugiarnos de todo lo demás, éramos jóvenes y teníamos ganas de afrontar la vida. Cómo olvidar aquella tarde…
-Amelia, ¿por qué no traes un poco de vino?
-Claro amor pero… ¿en qué copas?
Rompimos a reír, era curioso tener todo lo que habíamos soñado y a la vez no tener nada. Todos los muebles venían con la casa y a día de hoy lo hemos cambiado casi todo, salvo la bañera y el salón. Aquella tarde Luis me abrazó por detrás mientras tarareaba una canción de Laura Pausini y bruscamente me giró atrayéndome hacia él. Fue desabrochando mi camisa y cuando quise darme cuenta caímos sobre el sofá con el frenesí del momento. Nada más tocar los cojines se fueron separando uno a uno cayendo al suelo. Reímos incluso más que con las copas que no teníamos; parecía que aquel piso estaba hecho para la incomodidad pero no nos importaba, era nuestro. Nos hicimos el amor mutuamente en aquel esqueleto de sofá sin darnos prisa porque dentro de aquellas cuatro paredes no había nada a lo que rendirle cuentas. El tiempo era nuestro…
Abrí los ojos, las arrugas ya habían aparecido y de la espuma no había ni rastro. Luis estaba observándome desde el marco de la puerta sonriendo y fue a sentarse al sofá mientras yo salía del agua. Le escuché refunfuñar como tantas veces por esos cojines que no conseguía acomodar y sonreí porque, al fin y al cabo, esa era la esencia de nuestro piso desde el primer día, el sofá… Bueno, y la bañera, pero esa ya es otra historia.
Parece cómodo ¿verdad?

jueves, 11 de noviembre de 2010

El sabor de sus pecas

Me encanta pasar la yema de los dedos desde la punta de su nariz hasta sus tobillos. Ella se retuerce por las cosquillas y sus pecas parecen enseñarme el camino correcto. Me encanta verla así, tan viva, como todas esas veces que le brillan los ojos por cualquier cosa que otra persona no valoraría. Se le eriza la piel y pone carita de pena, no puedo evitar las ganas de besarla, de recostarme a su lado y sentir su calor. Mi niña, mi dulce Nayla; la única que conoce cada zona de mi cuerpo y de mi alma, la pequeña soñadora que recorre cada una de mis curvas y extensiones. Sólo ella es capaz de desarmar todos mis sentidos y, para entonces, ya estoy muriendo de ganas de que se encaje en cada hueso de mi pelvis. Me obsesiona cuando me espera sentada en el sofá con ese pijama de Mickey que deja ver sus largas piernas, sólo pienso en recorrerlas una y otra vez. Me engancha cuando me clava esa mirada consiguiendo que me derrita desde la otra punta de la casa, deseando saborear cada una de sus pecas. Pero aún así, pese a toda la tensión acumulada me inspira ternura. Mi princesa, usualmente pícara pero siempre pequeña, delicada, confiada, ingenua... Dice que sería capaz de cualquier cosa si una sola noche no puede dormir a mi lado, y yo soy incapaz de ponerla a prueba porque si no siento su piel pierdo el Norte, el Sur y todos los puntos cardinales. Soy incapaz de no cuidarla…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Nunca había notado su cama tan vacía.

Hace una semana que no sé nada de ella. Puede que se haya cansado ya de todo esto o de mí, o quizá su marido ahora le haga el caso que ella se merece, quién sabe. El caso es que yo la echo de menos pero creo que va siendo hora de tomar la sartén por el mango. Compraré cortinas, eso me ayudará a pasar página; y debo tomarme enserio a otras mujeres, aunque en comparación con Antonia todas me parezcan niñas…

- ¿Tomás?
- Sí, ya voy. – Le contesta mientras se termina el café.
- ¡Por Dios! ¿No crees que estás tardando demasiado?
- ¿Acaso me echas de menos nena?

Claudia era una chica corriente, probablemente por eso él se comportaba con ella como cualquier tío más. A pesar de que Antonia le había llegado muy dentro no había dejado sus veintitantos, y eso quiere decir que cada noche había una mujer en su cama. La última vez que le rompieron el corazón hizo una lista con todas las mujeres que había conocido y fue tachando de ella a aquellas que no quería volver a ver y añadiendo a aquellas otras que iba conociendo. Treinta chicas, una para cada día del mes, y algunos meses incluso le sobraba un día en el que se permitía el placer de estar solo. A medida que, por algún motivo, una mujer salía de esa lista, otra entraba.
De Claudia le gustaban sus pechos firmes, pequeños pero a la espera; tenían la medida perfecta para algún mordisco de vez en cuando. Y sus labios, que mientras le hacía el amor se ponían de un color rojo intenso. Tenía la impresión de que era de las pocas chicas que aun pensaban que podía salir algo serio de todo aquello.

- ¡Venga Tomás! Si no vienes ya, voy a llamar a otro.

Sabía que no era verdad, Claudia nunca tenía a ningún otro esperando. Se pasaba los días añorando una llamada suya y por las noches, cuando no sabía nada de él, se tocaba para intentar sentirle. Era adorable, a sus veinte años todavía creía en el príncipe azul, aunque ignoraba que Tomás no era ni siquiera de color gris. A veces se odiaba a sí mismo por penetrarle el alma, porque en el fondo era consciente de que con el tiempo todas guardarían un mal recuerdo de él… Salvo Antonia, o eso le gustaba pensar. Y con ese pensamiento atravesó la puerta de su cuarto, sabiendo que volvería a atentar contra aquella chica que le subía algo más que la moral pero no lo suficiente como para quedarse hasta mañana.
Su cama nunca había estado tan vacía.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Arriesgó por la vida que había creado.

Hoy Antonia se levantó con ganas de guerra. Estaba cansada de jugar sola o con Tomás a distancia desde el otro lado de la calle y se decidió a sorprender a su marido. Quería demostrarse a sí misma que su matrimonio podía seguir funcionando a pesar de la rutina y se propuso despertar cariñosamente a su esposo, quizá así se animase. Tras un par de minutos él abrió los ojos y, un poco confundido, la analizó de arriba abajo, lo que provocó en Antonia un ataque de pánico. Ya había perdido la esperanza y estaba ahora recostada de nuevo en la cama avergonzada pero su marido había visto en ella algo diferente esa mañana, se había dado cuenta de la mujer que tenía a su lado, de que estaba desaprovechando todos esos años y esa confianza creada juntos y la abrazó.
Con lágrimas en los ojos recordaron tiempos jóvenes al calor de la calefacción, dejaron por un día que la casa se llenase de polvo y que el desayuno no llegase tan temprano para hacer resurgir un amor que creían perdido.
Mientras tanto, Tomás estaba solo y confundido en medio de su baño, tratando de entender. Una hora, dos horas, mil horas…

Día de feriantes.

Le encanta ir por las fiestas de los pueblos; ve todos esos niños con sus ojos centelleantes tratando de convencer a sus padres para que les compren un globo y no puede evitar sonreír. A Nayla le gustaban esas cosas; corría como si fuese una chiquilla hacia los puestos de algodón de azúcar y, con un dedo sobre los labios, meditaba durante largo rato sobre que color le apetecía más comerse; todo le sabe a feria, el algodón de azúcar, las almendras garrapiñadas, las manzanas de caramelo… Se lo come siempre a bocados enormes, como si se quisiese tragar el mundo, y se ríe a carcajadas mientras los niños que no han convencido a sus padres la miran con odio. A Edric le gusta verla así, como una chiquilla, saltando de puesto en puesto y risueña entre todas esas luces de neón. Siempre, antes de irse a casa, buscan a uno de esos vendedores de globos de Helio que van con su bombona a cuestas y allí pasan otros cinco minutos mientras ella elige si prefiere adoptar una estrella, un Pokemon descolorido ya por el olvido o un unicornio entre otros muchos.
Mientras vuelven en coche a casa ella siempre le dice lo bonito que es su globo y lo mucho que lo va a cuidar para que dure para siempre. A menudo, cuando adopta una estrella, le cuenta que las estrellas del cielo le cogen más cariño por cuidar a aquellas que se han perdido en la Tierra. Ya en casa, ata el globo a la silla de su cuarto y se pone rápidamente esa camiseta vieja que le sirve de pijama para esperarlo en la cama. Le encanta el momento en el que se abrazan bajo las sábanas y  comienzan a jugar boca contra boca; un juego en el que, aunque fuera estén varios grados bajo cero, acaban piel con piel en una cama que rara vez baja de los treinta grados porque se aman, se envuelven y se aproximan hasta volverse niños, hasta empaparse de felicidad.
Edric no le quita ojo, le gusta ver como pasa de niña a mujer con sólo meterse en la cama y de mujer a niña cuando ambos explotan, y cuando todo acaba se queda allí acariciándole el pelo mientras hablan:
- Me encantan los días de fiesta contigo. Por las mañanas te afeitas y me preparas el desayuno con esas magdalenas rellenas de chocolate que tanto te gustan y, a lo largo del día, siempre tienes un ratito para llevarme al cielo.
- Te llevaría al cielo todas las veces que me dejases.
- Mañana, si no llueve, podemos ir a saltar piedras ¿verdad?
- Sí Nay, y te amaré en cada piedra que saltes.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El pan de cada día

Para Amelia morir significa quedarse sin chocolate en la despensa, echarle al café sal en lugar de azúcar, correr hacia algún lugar con el tiempo justo y llegar tarde, que le sobre sal a la comida (si le falta, aún puede remediarse), que se le rompan las medias poco después de ponérselas, que se ponga a llover cuando tiene que hacer sol y que haga sol cuando tiene que llover, tener que salir de la cama sin su momento de amor. Es de esa clase de personas que intentan decir “Pamplona” mientras comen y no se imagina lo preciosa que está con los mofletes llenos de comida.
Sin embargo, para Luis morir es que Amelia no sonría al despertar, no verla a remojo en la bañera, llegar del trabajo y no tener su beso de consuelo, no poder amarla lo suficiente en las mañanas (porque eso a ambos les chafa el día) y estar demasiado cansado por la noche. Es de esos que cambian cuando el amor llega a sus vidas, de los que dejan de preocuparse por las cosas de la vida y se centran en aquello que les salva al llegar a casa, porque es de los que opina que se tiene una casa cuando se forma una familia.
Le encanta seguir la curvatura de la espalda de Amelia y sentir como ella tiene escalofríos, oler el aroma de su pelo todas y cada una de las noches, abrazarla fuerte cuando truena para que no tenga miedo y darle besos que saben a mermelada de fresa antes de irse a trabajar. A su vez, Amelia disfruta enredando sus manos en el pelo del pecho de Luis, recorriendo con su nariz fría la curva de su cadera y contando todos sus lunares. Adora que la bese detrás de la oreja cuando van a dormir, que sepa cual es el momento para tocarle el ombligo, hacer que a él se le erice el pelo de la nuca con un susurro y perderse en sábanas de seda siempre que les es posible.

Comparten vida, y juntos se complementan para distanciar aquellos momentos que les hacen morir, cada uno a su manera.

martes, 2 de noviembre de 2010

Antonia era una mujer de bandera.

Se levanta muy temprano y limpia toda la casa; hace la comida para su esposo y le recibe con una sonrisa en la cara. Comen y charlan amenamente sobre cómo le ha ido el día a él y después dejan reposar la comida mientras se echan una siesta enfrente de la tele. Sobre las 6 de la tarde ella le prepara un café bien cargado a su marido y lo despierta cariñosamente para que se lo beba. Al llegar la noche siempre se mete en la cama y lee uno de esos libros románticos que recuerdan tiempos de juventud más pasionales y se duerme abrazada a su marido recordando como él la miraba antes.
Todo esto podría saberlo cualquiera pero Tomás, desde su ventana, puede ver como se quiere a sí misma.
Él no es un degenerado ni muchísimo menos, sabe valorar cada gesto que hace aquella mujer que ronda los cincuenta, cada sonrisa que le dedica a su esposo aún cuando la rutina puede con las alegrías de la vida. La quiere mucho, gracias a ella ha aprendido que empezar el buen día con ganas es muy importante para sobrellevar todo lo demás. El primer día que se despertó en su nueva casa descubrió, mientras se afeitaba, a aquella vecina tan peculiar; estaba sentada en una silla en mitad del cuarto de baño de su casa que, casualmente, quedaba justo enfrente de la de él. Ella no se daba cuenta de que la observaba porque siempre tenía los ojos cerrados hasta que, de repente, se levantaba de la silla con una sonrisa y comenzaba a limpiar. Con el paso de los días se percató de que Antonia cada mañana madrugaba para sentirse querida, como en todos los libros que leía cada noche; se había resignado a que el paso del tiempo había dejado huella en su matrimonio y aprendió a quererse aún cuando su marido no le prestaba atención.
No recuerda cuando comenzó aquel juego entre los dos, cuando ella abrió los ojos y descubrió a su espectador furtivo. No hay diferencia de edad cuando, a las 6 de la mañana, ambos cogen una silla y se sientan allí, frente a la ventana, con sus respectivos pijamas arrugados y medio ausentes resbalando por sus cuerpos. Ya no recuerda en qué momento la dependencia de Antonia empezó a ser mortal y cuándo comenzó a aprender todo lo que los gestos de una mujer podían expresar. Y allí están cada mañana los dos, tocándose mientras observan cada movimiento desde el piso de enfrente, ambos muriéndose de ganas de refugiarse en los aromas del otro, los dos asomándose a los ojos del vecino cuando llega el momento clave.
Acaban siempre sudando pero con esa sonrisa en la cara que tanto caracterizaba a Antonia mientras limpiaba su casa. Aunque la hora está marcada, ninguno de los dos puede evitar esas miradas furtivas por la ventana a lo largo del día, pero no se encuentran, no se ven, no se sacian.
Quien sabe si algún día se sentirán y si Antonia volverá a ser la protagonista de su vida, como lo son los personajes de esos libros que tanto le gustan, como cuando era joven viviendo del deseo. Quien sabe si en algún momento Tomás dejará sus veintitantos y correrá a los brazos de esa mujer entrada en años que tanto calor le produce, física y emocionalmente. Quien sabe… Pero mientras tanto cada mañana sonará el reloj.
Despierta que quiero sentirte cerca.